viernes, 11 de diciembre de 2015

Protestantismo vs. Catolicismo


España lleva en decadencia cinco siglos, y el hecho de que aún se sobreviva en el país, proviene de lo alto que se partió (primera potencia mundial). Una tendencia tan larga no admite excusa, e indica una podredumbre social muy asentada, seguramente incurable desde dentro. Costa, Azaña, Ortega y Gasset, o Marañón, aunque identificaron los síntomas de la enfermedad, no supieron darse cuenta de esa dificultad, quizás por no identificar correctamente las causas fundamentales. Por ello, confiaron en la nueva religión de occidente (el izquierdismo antidemocrático, entendido principalmente como socialismo por entonces, y hoy también como feminismo y autorracismo) para limpiar el país, sin percatarse de que siendo los creyentes españoles, su sustrato cultural era el de siempre, y nunca podrían limpiar nada en absoluto (sin entrar en las nocivas características suicidas de esa nueva religión, que suponen otro problema añadido).

¿Qué pudrió hasta tal extremo la moral del país? Algunos intelectuales, entre ellos los regeneracionistas que ya he señalado, sugirieron diversas causas posibles, y algunas de ellas pudieron influir, pero en mi opinión hay una fundamental y primordial, que dio comienzo precisamente cinco siglos atrás, el día en que el emperador Carlos I de España se entrevistó con Lutero para decidir si el imperio adoptaba el protestantismo o no. Decidió que rotundamente no, y así empezó en nuestra parte del mundo una amplificación de los defectos de la religión e iglesia cristianas, es decir, lo que se ha entendido como catolicismo desde que la iglesia de Roma entró en guerra con los protestantes.

Los defectos eran evidentes, y Lutero pretendió reformarlos; primero debatiendo, pero fue rechazado y condenado. Para concretar, estos eran los principales problemas:

- Indulgencias.

Pagos que se hacían a la iglesia a cambio de sufrir menos en el purgatorio, una vez fallecidos. La idea, de la que no hay ni que explicar la corrupción moral que supone, tuvo un éxito enorme en el mundillo católico, y con el tiempo se diversificó el negocio, llegando hasta el siglo XX, en el que por un módico precio uno podía comer carne en semana santa, por poner un ejemplo especialmente ridículo.

- Concepto del purgatorio.

Este pseudoinfierno temporal en el que purgan sus penas los que van al cielo, supone que no hay necesidad de ser bueno o malo, basta con ser una mezcla, tan diluida como se quiera. Si además resulta que se puede comprar la supresión de dichas penas, la oferta de chollo es irresistible.

- Salvación/Condena se decide mediante acciones humanas, en lugar de venir predeterminado por Dios.

De nuevo, esto implica que no hay buenos y malos, sino que se "elige".
Además, no hay manera de objetiva de regular detalladamente esa elección, evidentemente, por lo que sería una élite la que dispondría lo que le diera la gana al respecto. Los defensores del catolicismo critican el hecho de que en el protestantismo la disyuntiva venga predeterminada por Dios, pretendiendo que eso supondría que lo que hagan las personas en la Tierra no importaría nada. Como buenos católicos o ex-católicos, simulan olvidar que el concepto de Dios es omnipotente y omnisciente, y por tanto sabe de antemano qué hará cada persona en su vida.

Lo que a efectos prácticos supone la reforma protestante, es que el código de conducta de los individuos no se rija por lo que se le antoje a un reducido grupo de ellos, sino por los conceptos auténticos del bien y el mal. Desde un punto de vista científico, es razonable suponer que aunque sean inefables en su totalidad, todos tenemos esos conceptos impresos en nuestro código genético (de ahí el parecido entre todas las religiones de éxito), porque es conveniente para la supervivencia del grupo, de la especie. Aunque en aquellos tiempos los protestantes no lo razonaran así, hoy en día podemos entender perfectamente por qué esa reforma suponía una mejora.

- Interpretación de las sagradas escrituras por élite eclesial, en lugar de por cada persona.

Este defecto está relacionado con el anterior. Sería esa élite la que decidiría los códigos de conducta, lo que es fácilmente corrompible, llegándose a sistemas tan repudiables como los de las indulgencias. Además, al tener la élite que explicitar ese código, irremediablemente se cometerían errores que no están presentes en nuestros conceptos innatos de bien y mal, que tienen todas las personas. El sistema católico además implica que en la práctica baste con apoyar a esas élites, para ser considerado un buen cristiano. Este es uno de los motivos por los que la nueva religión de occidente, el izquierdismo no democrático, haya tenido mucho más éxito en el mundo (ex)católico y (ex)ortodoxo que en el (ex)protestante, dado que uno de sus pilares consiste en que para ser considerado bueno persona, incluso ante uno mismo, baste con apoyar a la izquierda y/o declararse izquierdista, por malvado y cínico que uno sea en la vida real.

- Idolatría.

Este defecto, aparentemente inocuo, es uno de los más graves. La adoración de imágenes viene recogida en varias religiones de éxito como algo pernicioso que hacen otras. El antiguo testamento es claro a este respecto con la historia del becerro de oro, e igualmente claros fueron los judíos. Aún más los protestantes y los musulmanes. Es perfectamente razonable: adorar imágenes o figuras, en lugar de conceptos, a la larga desemboca en una sociedad que desprecia los contenidos en favor de las formas, que da una importancia excesiva y hasta enfermiza a lo superficial y accesorio, en lugar de a lo esencial y relevante. Lo importante no sería ser bueno, sino parecerlo, etc.
Y al final la sociedad se convierte en un juego maquiavélico de pájaros cucos y pavos reales.

Los efectos perniciosos no son sólo morales sino que aparecen en todos los planos intelectuales. Por ejemplo, en el mundo católico lo más importante no es el conocimiento de la naturaleza, sino su dominio. Se valora mucho más la ingeniería que la ciencia, al contrario que en el mundo protestante, en el que la ciencia tiene mayor prestigio. En buena medida por ello la gran mayoría de los grandes científicos de la historia han provenido de esas naciones, dando España auténtica pena en este sentido. En cambio, los ingenieros españoles no han sido tan mediocres, al menos tan extremadamente mediocres, pero por algún tipo de justicia, incluso en ese campo, que por supuesto no es nada despreciable, nos han superado los protestantes.

- Politeísmo

Los católicos lo niegan, pero lo cierto es que su colección de "vírgenes" y "santos" son interpretables como semidioses. Aunque no se llegue a los extremos de los politeísmos de las civilizaciones clásicas en los que unas divinidades se peleaban con otras, lo cierto es que tantas voces a las que atender, fácilmente puede generar caos o discrepancias, en lugar de una guía espiritual clara.

- Celibato

Esta obligación de los representantes de la iglesia, se reveló tan absurda como parecía desde el momento en que los pastores protestantes demostraron que podían hacer perfectamente su labor sin renunciar a poder tener familia.
Además, era una fuente más del fomento de la hipocresía y el encubrimiento de la realidad, ya que algunos de los sacerdotes, monjes o frailes no se resistían a los placeres de la carne en la práctica.

- Es realista estar libre de pecado (no un mero objetivo). En lugar de redimirlos Cristo, como propusieron los protestantes.

Esto conduce por un lado a una visión utópica, y por otro a una rigidez en la disciplina. Y ambas cosas desembocan en hipocresía, para ocultar la realidad una vez más. Por ejemplo, si matar es pecado, los creyentes no podrían defenderse de un ejército invasor. La absolución por parte de los representantes de la élite eclesial es una solución ridícula, de nuevo conducente a la corrupción y a la sensación de gratuidad, resultando más positivo el enfoque protestante, que aunque en cierta medida permite los pecados, deja claro que el objetivo ideal es un mundo o paraíso sin ellos, y sin que por ello nadie esté exento del juicio de Dios.

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El emperador Carlos, que en otros aspectos no fue un mal rey (aunque era fácil aprovechar la imponente inercia que llevaba el país después de siglos de buenas decisiones y esfuerzo, desde el año 722), decidió despreciar a Lutero, comparándolo con Lucifer. Una decisión fatal para España. El conflicto acabó desembocando en una escisión de la iglesia y largas guerras entre ambas partes, que con el tiempo llevaron a la católica no sólo a mantener todos los defectos, sino a amplificarlos (para autoafirmarse diferenciándose del enemigo) y enquistarlos, convirtiendo a la larga a la sociedad de sus naciones en inmorales en la práctica, formadas por individuos hipócritas, tan enfermizamente egoístas como expertos en aparentar justo lo contrario. Ninguna civilización se sostiene si sus integrantes no luchan por un bien común, y los disfraces lo único que hacen es retrasar el desenlace.

Tanto se enquistó y consolidó esa inmoralidad trilera en la cultura católica (sobre todo del sector católico que más luchó contra los protestantes y menos se mezcló con ellos, con España a la cabeza, y el vaticano por razones obvias), que actualmente hasta los ateos españoles conservan intacto el mismo sustrato cultural de mezquindad. Con el paso del tiempo, el catolicismo ahondó sin prisa pero sin pausa en sus problemas, llegando en nuestros días a ridículos tan esperpénticos como los pseudocatólicos andaluces, costaleros y seguidores de las cofradías, que prácticamente no creen en ningún aspecto religioso (ni moral ni de ningún tipo), salvo en sus adorados muñecos grotescos y enjoyados. Una sociedad-cloaca, que ha llegado al extremo de seleccionar a los individuos psicópatas en lugar de desecharlos como ocurre en todas las sociedades sanas.

Sería conveniente que el sector honesto de la derecha española (tan pequeño como el de la izquierda), contenido principalmente en Vox, se diera cuenta de todo esto, y no reivindicara el catolicismo. Sí la raiz cristiana, pero por otra vía. Pero comprendo que es muy difícil arreglar este país desde dentro. Son ya muchos siglos despeñándose, cogiendo velocidad.