viernes, 18 de mayo de 2007

La moral óptima

El ser humano tiene motivo, consciente o inconsciente, para crearse una moral a partir de la cual edificar una ética o normas de convivencia básicas. Los conocimientos científicos de que disponemos hasta ahora, apuntan a que ese motivo es que la moral puede ser útil en la búsqueda de la felicidad, que es nuestra necesidad última, el sentido que tienen nuestras vidas. Como en el resto de seres vivos, la búsqueda de la felicidad (aunque no cabría hablar de tal en los que no tienen cerebro, sino de tendencia vital) se traduce en el intento de sobrevivir y mejorar nuestra capacidad de supervivencia.

La mejora de la capacidad de supervivencia es delegada en la de la progenie ante la inevitable muerte de los individuos. El conjunto de valores y principios morales de la civilización, ha de cimentarse en la búsqueda de la mejora de la capacidad de supervivencia de la especie, que es la máxima extensión lógica de la progenie, como grupo de individuos compatibles genéticamente. El alto grado de desarrollo del cerebro humano ha permitido organizar ingentes grupos de individuos en civilizaciones, habiéndose llegado finalmente al total de la especie. Por ese mismo grado de desarrollo cerebral (que al fin y al cabo es el que nos permite utilizar y solicita una moral), nuestra felicidad como incremento de la capacidad de supervivencia de la progenie, se ha extendido a toda la especie, con las ponderaciones que correspondan.

Esto concuerda con la teoría liberal de la maximización del conjunto de grados de satisfacción de los individuos. Y los sistemas liberales son los que más prosperidad han traído hasta el momento.

¿Es implementable una moral así en la actualidad? Es complicada su traslación a un código concreto. Requiere mucho cuidado, es fácil caer en aberraciones contraproducentes como las derivadas del marxismo o el nacionalismo. Esa alta complejidad ha hecho que el hombre haya echado mano de las “simplificaciones”, en algunos aspectos acertadas, de las religiones.

En definitiva, la moral más útil en esa búsqueda de la felicidad en la que estamos inmersos, es la que necesitamos. Para encontrarla disponemos de la ciencia. Ésta es una herramienta (útil no sólo para construir la moral, sino también para obtener otros elementos que nos acerquen a la felicidad, como bien sabemos), es incorrecto concebirla como un fin en sí misma. Y puede ser mal utilizada, dado que nuestra especie (ni ninguna otra) no es perfecta.

Pero los conocimientos científicos son limitados, quizás lo sean siempre (aunque cada vez menos). Eso lleva comúnmente a que algunos se equivoquen asignando limitaciones arbitrarias a la ciencia en sí (que si la ciencia no puede alcanzar a explicar o demostrar asuntos espirituales y conceptos divinos; que si dos más dos no siempre son cuatro, etc), cuando lo que realmente ocurre es que aún no ha llegado a abarcar esas fronteras, pero cada vez está más cerca de ellas y es posible que las alcance en el futuro. O no, no lo sabemos. No se trata de tener confianza ciega, sino de dar la oportunidad.

Pero el hecho es que aún no se ha arribado a esas orillas, los conocimientos científicos de que disponemos son limitados y hemos de ser consecuentes con ello. No se puede llegar a la moral óptima basándonos solamente en los conocimientos científicos que tenemos. Si acaso a las bases, pero no a los detalles. Ignorar esto (amén de efectuar simplificaciones burdas de las teorías) ha conducido a que las morales ciencistas implementadas en el nacional-socialismo y el marxismo hayan sido desastrosas. Por ejemplo, han confundido evolución natural con eugenesia, o han creído poder obviar los efectos de aquella con un modelo socioeconómico matemático uniformador.

¿Qué hacer entonces? Fijarse en lo efectuado por el ser humano hasta el presente, y sobre todo mientras que la ciencia disponible no le daba como para plantearse estas cuestiones. Ha sobrevivido (y de qué manera), luego hasta ahora lo ha hecho relativamente bien. Ha creado religiones, mezclando intuición, imaginación, y prueba y ensayo, a partir de las cuales extraer una moral. Religiones que han evolucionado, se han revolucionado, se han cambiado por otras nuevas, y algunas han perecido.
Allá donde la ciencia aún no apunte criterios morales claros, se debe echar mano de las religiones. La experiencia nos dice que eso es lo sensato.

La cultura que más ha prosperado hasta nuestros días es, probablemente, la proveniente de las religiones cristianas. Quizás eso indique que la moral extraída de ellas ha sido la que ha caminado más cercana a la “óptima”. A mí no me extraña. Creo que el secreto estriba en la conjunción de dos pilares básicos: el precepto de ayudar a los más necesitados y el respeto a la libertad individual de hacerlo o no, con un Dios que perdona tras el arrepentimiento, que pese a juzgarnos por nuestros pecados, lo hará una vez llegados al “otro mundo”, no en este.
Eso no implica que la única moral religiosa a la que deba atenderse para rellenar los huecos dejados por la ciencia, sea la cristiana. Pero sí parece sensato otorgarle un papel primordial. Sobre todo en sociedades de raigambre cristiana, donde no hacerlo supone, además, una ofensa contra los creyentes.

La ciencia seguirá avanzando, cada vez dejará menos huecos e iremos, bien entendiendo la sorprendente lógica interna de los criterios morales religiosos, bien desechándolos por erróneos (sea sólo en el presente o sea también en el pasado).

¿Representa todo esto una ideología atea? No, porque no niega la existencia de Dios. Aunque hay algunas similitudes porque, por de pronto, tampoco la afirma.
¿Religiosa? Tampoco, porque no da por cierta ninguna religión, ni pretende abrazar ninguna fe. Sin embargo, reconoce sus utilidades históricas y actuales, y recoge elementos de ellas.
¿Agnóstica? Se acerca más que a las otras dos, pero tampoco. Porque no considera lo “divino” como inaccesible a la razón humana, ni la existencia o no existencia de Dios como indemostrable científicamente. Tan sólo como hasta ahora no demostrada, pero es posible que lo sea en un futuro.

lunes, 7 de mayo de 2007

Elecciones francesas

Tras el triunfo en Francia de una derecha liderada por Nicolas Sarkozy, más fuerte que la que ya gobernaba en el país, los socialistas franceses, desesperados por tantos años de fracasos, han reaccionado como suelen hacerlo en todo el mundo. Con violencia. Los radicales que querían a Ségolène Royal, "acatan" la decisión del pueblo francés incendiando y destrozando las calles. Nada más conocerse el resultado electoral, estos que se las dan de demócratas tratan de acabar con la democracia misma, a golpes.

Quizás lo que pretendan sea, como dice el cineasta argentino Fernando E. Solanas, "democratizar" la democracia, que es el eufemismo que los comunistas y marxistoides utilizan ahora para referirse a la ascensión de una dictadura comunista. También a veces la llaman "democracia participativa", como le gusta al tristemente español Llamazares. Lo que sea para colarle a la gente el liberticidio.

Curiosamente, la mentirosa Ségolène (la Zapatera francesa) era la que acusaba a su competidor de ser “peligroso para la democracia”. Debía referirse a que si no se les daba el gusto a sus votantes socialistas, iban a crear mucho peligro. Toda una lección de “demócratas”: si somos mayoría vale, pero si no, nos pasamos por el forro la democracia, nos enfadamos y la liamos. Como hicieron en España en el 34.

Envidia da Francia, como siempre. Un debate televisado entre los dos candidatos en el que no se habló de nacionalismos (igualito que aquí). Un sistema educativo igual para todos, y no diecisiete como aquí. Tres partidos situados a la derecha de los socialistas (y eso contando sólo los que tienen amplio apoyo popular). En contra de lo que piensan bastantes simpatizantes del PP, eso mismo es lo que necesita España. Que surjan más partidos fuertes de derechas. Eso, por un lado, anularía la persistente mentira sociata de “el PP está solo” (y el PSOE con todos los guerracivilistas, claro) que a tanta gente tima. Y por otro lado, al haber más opciones diferentes del nacionalismo y el socialismo, atraería a más gente a votar. La amputación política que sufre España falsea los resultados electorales. No hay tantos simpatizantes de la delincuencia como se aparenta.

viernes, 4 de mayo de 2007

Nietzsche y su aplicación a la actualidad


Nietzsche ha sido uno de los filósofos modernos más importantes, si no el que más.

Sus patadas contra la religión y la ética son colosales, y muy efectivas todavía hoy. Tan a menudo mal interpretado, como con esa supuesta escapatoria al nihilismo que era el "superhombre". La traducción literal del alemán no deja lugar a dudas: "más allá del hombre". Al fin y al cabo la consideraba casi una utopía, la salida más habitual para el nihilismo es la vuelta a atrás. Para entendernos, el ejemplo más habitual que se da hoy día es el reniego del cristianismo para abrazar el nacionalismo y/o socialismo (y derivados), que dada la ridiculización que les ha infringido el liberalismo en la práctica, son perféctamente entendibles más como religiones modernas que como teorías político-económicas. Ideologías basadas en falacias que se abrazan para soportar la implacabilidad del devenir, exáctamente igual que el cristianismo o el resto de religiones clásicas.
Se consideran "superhombres" a sí mismos, y ni siquiera están al nivel del nihilismo. Si Nietzsche viviera hoy los engulliría.

El papel de la Iglesia de tiempos de Nietzsche, lo cumple en cierto modo el socialismo de hoy. Marxismo en la práctica apenas existe ya, como sistema socioeconómico, pero a nivel ideológico aún perdura a nivel masivo.
Observemos la gran similitud con el cristianismo. ¿Realmente han existido muchos verdaderos cristianos, si no fue en un corto periodo (el suficiente para que se dieran el batacazo, no más) en sus inicios? ¿Los "cristianos" seguían los evangelios realmente? ¿Abandonaban las riquezas, ponían la otra mejilla, etc?
No, al igual que los "socialistas" han acabado adoptando el capitalismo. Esa pretensión del todo para todos por igual (que es lo que perdura en la ideología), se convierte en la práctica en el todo a disposición de todos, pero sólo para los que puedan pagarlo, propio del liberalismo desde mucho antes. No se convierte del todo, claro, se resisten a abandonar su "religión" por completo.
Las pretendidas implementaciones más minuciosas de la utopía (stalinismo, Mao, Pol-Pot...), han puesto de manifiesto la aberración que tenían entre manos.
Eso no ha impedido que siga habiendo predicadores y sigan calando esas ideas. Ahora con los sociatas y partidos de izquierda en general.

Pese a todo, también hay diferencias fundamentales entre cristianismo y socialismo. De hecho creo que un resumen corto del socialismo es: cristianismo + legitimación del robo. O también: cristianismo "obligatorio" (se debe dar lo que tengas a los que tengan menos, pero ya no eres libre de hacerlo o no, castigándote Dios en el otro mundo, sino que alguien de este mundo te obligará, quitándotelo por la fuerza). Una ideología buena de raiz, pero añadiendo elementos que la convierten en dañina.
Quizás Nietzsche se equivocara en algunas cosas. El cristianismo puro (que poco tiene que ver con el de la época de su supuesto apogeo, la Edad Media), pese a basarse en falacias, como el socialismo, que permiten a la gente soportar las inclemencias de la vida, puede tener más aspectos positivos que negativos para la sociedad. La convivencia se hace más alegre y la especie más adaptable y capaz cuando hay reparto de bienes. Pero optativo, individualmente por convicciones propias, sin las imposiciones propias del marxismo que limitan la libertad y derivan en desastre.

Por eso fue tan buen político Alcide de Gasperi, uno de los padres de la Unión Europea, y tan buena película "Año uno" de Roberto Rossellini, cineasta que siguió una progresión propia de los intelectuales inquietos, y precisamente por ello fue dado de lado por la tropa de socialistas que conforma la mayor parte de sus fans. Pero esa es otra historia.